viernes, abril 21, 2006

DE SEARLE A MOSTERIN
Dice Searle que lo que diferencia al simio inteligente, que alcanza los plátanos poniendo una caja para subirse y toma una vara para llegar hasta ellos y comérselos, del ser humano es la cuestión del "Tiempo". Porque un simio no hace planes para la semana que viene, su carrera profesional, sus futuros planes de vida, etc., sólo va a por lo inmediato. La cuestión Tiempo es pues lo decisivo de los humanos. La capacidad de previsión, de interpretación, planificación y reflexión a largo plazo hacia atrás y hacia adelante, que nos lleva incluso más allá de la vida, a través de generaciones y a pensar en vidas más allá de la terrenal. Es la conversión de los cambios en la estructura temporal en información y de ésta en Poder, una cualidad de dominación obtenida gracias al conocimiento.
El ser humano es consciente del Poder, no sólo usa la información disponible para obtener algo. La transforma, manipula, interpreta y convierte en probabilidad más o menos cierta de obtener algo a largo plazo. El Tiempo es transformado por el ser humano en Poder al ordenar la información y convertirla en arma de progreso (o, mejor dicho, de cambio). Esa es la clave de las diferencias entre simios inteligentes y humanos. Algo que a veces pone uno en duda que lo sean todos esos esquilmadores del medio ambiente los cuales sólo quieren forrarse aquí y ahora, sin pensar en las consecuencias de sus hechos.
Luego viene Mosterín y dice (se lo he oído por la radio) que las naciones, religiones y todo eso, no existen. Que es lo mismo decir que eres de Andalucía, de Cataluña, de España o de Chuchulandia (palabras suyas en M80). Vale... entonces todo lo que ha construído la humanidad ha sido una ficción ¿no?. Desde las palabras y sus significados a las ideas que mueven el mundo, incluso su propio nombre no existe, ni su familia: son sólo un grupo de personas. Ese es el problema de los "reduccionismos", que se instalan en la concreción material de lo físico y convierten lo demás en humo.
Yo no soy un idealista, ni nacionalista, ni patriota, ni creyente, ni me dejo llevar por las grandilocuencias ideológicas, ya desde hace mucho. Pero me niego a aceptar que las creaciones de la mente no sean al menos tan objetivas como las realidades físicas directas. Una nación o una ideología política, religiosa, filosófica, etc. son productos de pensamiento colectivo, un emergente que se construye matricialmente en la confluencia de muchas mentes y modelan una estructura mental colectiva (un Nosotros o Yo colectivo) que, a su vez, vive y se alimenta de las aportaciones, los debates y la lucha ideológica en su seno o contra ella y educa desde el quehacer de aquellos que la comparten a los nuevos miembros que absorbe.
Sería absurdo, demencial incluso, pensar que todos los que creen en algo no material están locos, pero cada uno enganchado a su locura aisladamente. No, no están locos, viven una ilusión que es semejante, aunque unas sean más beneficiosas para sí y los otros que otras, que la ilusión que permite a Mosterín escribir su libro sobre la naturaleza humana, hablando de Naturaleza y de Humanidad. Lo mismo que un ordenador es una máquina compleja que es capaz de dar resultados que no están ni en su teclado ni en sus chips, por medio de un proceso algorítmico, nuestra mente, que se apoya inexcusablemente en las neuronas, pero no es la suma lineal de los procesos neuronales, ha elaborado unos conceptos que al ser pensados y compartidos por otros se colectivizan y adquieren una independencia y capacidad evolutiva más allá de los miembros que los soportan (Dawking los llamó memes) Por ejemplo, dioses existen, monoteístas y de los otros y fantasmas también, no en el cielo y la ultratumba, sino asentados en las mentes de sus creyentes.
Es cierto que si se extinguiera la Humanidad no quedaría ninguno, ni las naciones, ni las filosofías. Pero tampoco las casas como tales ni las herramientas fabricadas, porque sólo serían incomprensibles restos materiales que no podrían utilizar otros seres vivos procedentes de condiciones naturales muy distintas, ya que no pensarían con la mente de quien los produjo y usó. Una mesa es un artilugio con patas para poner cosas encima para nosotros, pero un ser, supongamos, gaseoso o líquido de un exoplaneta tal vez no sabría interpretarla por mucho que a nosotros nos parezca tan normal. Así que, si, existe una realidad inmaterial, fantasmal, que se basa en la comprensión mutua de significados y que llega a ser una poderosa entidad colectiva que hasta nos puede destruir si no tenemos cuidado, pero esa es la base de nuestra humanidad: la palabra hecha concepto. Y la construcción de sociedades complejas que están vivas mientras los estemos sus miembros.
¿Piensa el Sr Mosterín que su pensamiento es igual, a pesar de contar con un cerebro similar en todo, al de un vikingo, un azteca o un hombre del siglo 23 (si llegamos)?. Evidentemente cada uno es producto de la sociedad en la que vive, y con sus propios recursos mentales adquiere una independencia (o no) de pensamiento que se corresponde, salvo extrañas excepciones. a su época, nación, religión o ideología política, etc. en las que los genes proporcionan condiciones pero no hacen la realidad que vivimos. Así que no es lo mismo ser andaluz, iraquí, zulú o chuchulandés. Y además unos son más peligrosos que otros, porque no existe la "tabula rasa" ni nacemos buenos ni malos. Todo depende.
Esa es mi opinión, pero tengo que leer su libro para ver si entre Searle y él me aclaro.

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