lunes, agosto 27, 2007

ARENAS BULLICIOSAS EN BAÑUGUES



Estaba paseando por la mañana temprano por la playa de Bañugues, Concejo de Gozón y a pocos kilómetros del Cabo Peñas y algo más de Avilés; en esa zona que este verano llamaron Ruta del Chipirón en El País, con la marea baja y haciendo fotos a las gaviotas, las olas que formaban caóticos dibujos al acercarse al borde de su desfallecimiento, dejando marcas irregulares en la arena y observando los churritos de los gusanos de arena, que a mi siempre me recuerdan la novela Dune, aunque esto no sea un desierto (creo que se llaman "titas", aunque mi padre les da otro extraño nombre que ahora no recuerdo). Y, entonces, veo unos extraños vórtices y turbulencias a un par de centímetros de la superficie. Como si hubiera un volcán frío y húmedo en el fondo con varias chimeneas arrojando granitos de arena sin parar. Al día siguiente el fenómeno persistía, a pesar de que habría habido un par de pleamares entre medias. Cogí mi cámara de fotos y, aprovechando que ahora tienen una toma de imagen en movimiento, me dediqué a grabarlo con la prudencia de sacar un barrido de la playa para que se viera que no lo estaba haciendo en un recipiente o algo así (el desenfoque es debido a que usaba el macro para los torbellinos que me flipaban). No tengo ni la menor idea de qué puede ser eso y me encantaría que si alguien tienen alguna hipótesis o conoce el porqué de ese, para mí, extraño acontecimiento natural playero, me lo diga, porque estoy verdaderamente intrigado. No podía haber tuberías de gas por debajo de la playa, ni olía, ni siquiera desprendía nada. Era sólo un bullicioso brotar de arenilla y agua sobre la misma arena, por cuatro o cinco surtidores y en un palmo apenas de la ensenada, que duró hasta que me fui y no daba la sensación de ser debido a ningún animal porque no se movía de sitio. Una de esas pequeñas maravillas de la naturaleza en las que uno puede detenerse tranquilamente a meditar escuchando el rumor de las olas, los graznidos de las gaviotas y el batir del viento en las rocas y los árboles de los prados. Y, como estaban en fiestas en algún pueblo próximo, quizás san Jorge o el mismo Luanco, se oía una gaita lejana entonando viejas canciones, junto al repicar del campanario de una iglesia.


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