martes, noviembre 06, 2007






Al final de la vida todo se va a la puta calle. Uno se muere (no sé si será el caso de esos muebles y enseres hallados en Menéndez Pelayo y que unos tipos se iban llevando en una furgoneta) y la familia desaloja el piso de todo lo que no tiene valor económico directo. Cositas y recuerdos que uno va guardando toda la vida, procedentes de un viaje que hicimos, un regalo que nos trajo un sobrino, un tocadiscos de aguja y sus vinilos antediluvianos, una lámpara hecha con sellos de correo que nos hizo un hijo, unas cintas de vídeo o casete pasadas de moda, como la ropita y el cochecito de los nietos, los cuadros y platillos kischt, los sofás de eskai y toda esa basurilla almacenada sentimentalmente que nunca nos atrevimos a tirar porque nos recordaba un momento o a una persona. Acaba en un montón donde rebuscan los vejetes a ver si hay algo interesante y luego... nada. Así es la vida.

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