martes, enero 01, 2008

HOLA 2008. Quiero dar las gracias a los que visitan mi página desde cualquier parte del mundo (¡Viva Internet!) y especialmente a los más de 800 que lo han hecho en las últimas 24 horas, después de que el diario El País me pusiera ayer en su selección de 8 blogs de la Madridfera, junto a "Madrid me mata", "Es por Madrid", "Historia de Madrid", "De Madrid al cielo", "La Cuchara", "Es Madrid, no Madriz" y "Memorias subterráneas". Hay, dicen, más de 3.450 páginas, asi que es un honor que me hayais puesto ahí. Espero no defraudaros este año y mostraros mis mejores fotos (aunque muchas tenga, por profesionalidad y orgullo de oficio, que ponerlas en el periódico para el que trabajo y me paga. Como conté a la entrevistadora, hace un par de años y harto de tomar montones de imágenes cada día que no cabían literalmente en mi diario, unas por no ser noticia adecuada, otras porque a los jefes no les parecían apropiadas dada la línea editorial o el momento oportuno y las más porque sencillamente se me ocurrían sobre la marcha, en los momentos de espera o camino de una noticia, un pasillo o un motivo decorativo, una persona que se movía de manera incitante, ventanas, sombras, reflejos, detalles nimios, estados de ánimo expresables con imágenes o momentos de encuentro entre personajes célebres en sus instantes curiosos, besos, malos gestos, risas y lágrimas. Todo eso que me hace buscar en mi interior los paisajes de mi infancia, ese Madrid gris de adoquines y tranvías por el que mi abuelo Luis me llevaba de la mano y que mi abuela Loreto me contaba cómo había sido antes, cuando ella vivía en palacio o cuando trabajaba en la fábrica de jabones de donde la echaron al acabar la guerra por estar como mi abuelo sindicada en UGT; el Madrid del Parque del Oeste al que fuí con mamá desde que nací y la fábrica Gal de Fernández de los Ríos a la que me asomaba para ver la maquinaria como en las películas de Charlot; el de los bulevares y las rondas; allí donde los Reyes Magos cutres pero encantadores estaban sentados en los comercios para escuchar a los niños y recibir sus cartas llenas de ilusión; el que aún vivía bajo una cruel dictadura que reprimía las palabras y los gestos hasta el punto de que mi padre perdió un trabajo de chófer con un piadoso señor porque un cura lo denunció al no arrodillarse ante un cristo y fue apalizado en comisaría y su patrón no quiso tener un empleado "no adicto al régimen" que es lo que ponía en su ficha. Pero un Madrid en que yo soñaba, tumbado en el pasillo de mi casa, buscando formas en las humedades del techo y las grietas entre las baldosas de colores con las que formaba figuras y rostros en mi imaginación y que me servían para sentirme a veces en la nave espacial de Diego Valor, participando en las travesuras de Periquín, luchando contra la injusticia junto al Capitán Trueno y Jabato, jugando con recortables, chapas y pinzas, asombrándome del fuego que salía por los agujeros del fogón de carbón y leña y por poder comer caliente cada día gracias al esfuerzo de papá y mamá, uno conduciendo nuestra vida a lomos de un camión cargado de mineral en Rio Tinto, un taxi o un "haiga" que algún marqués le pagaba por traérselo de la frontera francesa, y la otra cosiendo para las vecinas y amigas y luchando en la compra por conseguir darnos todos los días lo mejor con sueldos de risa. Recuerdo que en mi calle había una vaquería, un par de ultramarinos, una carbonería, fruterías y otras tiendecitas ya imposibles fuera de los centros comerciales modernos; pero sobre todo recuerdo al Sr. Gordillo (alquiler y cambio de tebeos y novelas) un pequeño cuchitril donde un señor con bata azul me sacaba montones de tebeos que yo leía en sus bancos por 30 o 50 céntimos de peseta, según fueran "flacos" (los alargados de Bruguera) como Trueno, Jabato, Furia, Centella, Guerrero del antifaz o Roberto Alcázar y Pedrín, o "gordos" los de Novaro y otras que tenían a Superman y sus amigos Batman, Arquero verde, Aquaman y otros, los del Oeste de Hoppalong Cassidy, Roy Rogers, El Llanero solitario, La Pequeña Lulú, El Hombre enmascarado, Big ben Bolt y Mandrake, Hazañas Bélicas, etc etc. Allí compraba caramelos y pastillas de leche de burra o chocolatinas Vitacal, que tenían dentro un cochecito diminuto de plástico, chicles Gallina Blanca o Bazooka y los famosos recortables de soldados y guerreros, construcciones de tanques, edificios, aviones y barcos de papel con las perras que me daban mis abuelos. Aquel Madrid de escasez y frío en el que iba a aprender con mi mochilita a la espalda, contando a ver si era capaz de alcanzar el número mil y en el que mi abuela nos llevaba, camino del colegio, a un horno donde comprábamos una mejicana o un mojicón (bollos que ya no veo ni huelo que es lo peor, porque los aromas calan mucho más hondo que otros recuerdos, como contó Proust), antes de tener que formar en fila para cantar el maldito "cara al sol" y los otros himnos fascistas en el grupo escolar, donde en mayo se inundaba del olor de los claveles y las florecillas blancas un salón grande en el que ponían la escultura de la Virgen para que entonáramos aquello de "Venid y vamos todos, con flores a María,..." Ese Madrid de domingos en el Rastro y de ver pasear en el Retiro a los "chorchis" junto a las "chachas", invitándolas a montar en barca para impresionarlas y comiendo pipas para entretener el hambre. Aquel en que un enorme taxi Morris me atropelló al cruzar Guzmán el Bueno por escapar de la mano de mi madre que tenía que controlar ya a tres y yo no había cumplido cuatro, dejándome una cicatriz en el centro de la frente que yo siempre digo "es un pacto con el diablo para mantenerme joven" y que al pobre taxista le tuvo un mes de baja por el susto. Un Madrid donde se había construído un rascacielos de 30 pisos, pero estaba rodeado de chabolas que se levantaban por la noche para que, si estaban techadas al amanecer, no se las pudieran derribar a los inmigrantes de provincias que huían del campo y a los que llamábamos "paletos" para hacer chistes y películas en blanco y negro, con NODO franquista y sesión doble: ayer me recordaba mi madre que fuí al cine por primera vez con 15 días de existencia, al Pelayo, donde años más tarde llevaría a mi novia para besarla a oscuras en la fila de los mancos. Ese Madrid nostálgico se sobrepone a las imágenes que han ido transmutando la realidad y, donde ahora hay edificios, barrios enteros, torres y monstruosas construcciones comerciales o de oficinas, yo puedo contemplar en mi memoria descampados con rebaños pastando y cereal creciendo, campos con restos de batalla de la guerra, riachuelos y colinas ya inexistentes para siempre, salvo ahí en mi mente, puedo escuchar la campanilla de los tranvías que creía que se movían con la manivela que llevaba el conductor y en los que siempre se colgaban los chicos mayores de los topes y tenían carteles que decían "no escupir en la plataforma" o "asiento reservado para caballeros mutilados" o subir al piso superior de los autobuses altos.
Ya sé que aquel Madrid era mucho peor en comodidades que el actual, pero cómo me va a gustar ver que los paseos junto al río no existen desde que hicieron la M-30 y que incluso ahora, cuando el alcalde la ha soterrado los planos de lo que va a poner son como jardines de diseño y carriles bici y centros comerciales a tutiplén y horteradas carísimas al gusto de los contemporáneos paletos con arquitectos de relumbrón, que ahora todo suelo edificable es especulable para enorme regocijo de aquellos aprovechados que empezaron sus fortunas con Franco y los nuevos ricos del entorno del PP o del PSOE, una ciudad llena de chirimbolos y coches. Nací en Chamberí, en una calle que se llamaba Paseo del Cisne (hoy, Eduardo Dato), viví mi tierna infancia en Fernández de los Ríos 57-bis y, cuando murió mi tío Jesús, que era del Atleti y me hacía rabiar los domingos escuchando la radio, mientras jugaba a las cartas con mi padre y mi abuelo en casa, porque yo era del Madrid, y lo encontró mi padre en un almacén de trapos que tenía en Cabestreros, porque intentó un negocio y el régimen importó de Argentina, al venir Eva Perón a apoyar a Franco, los materiales que el había estado comprando y que cayeron de valor de golpe y se vió en la ruina. Su familia fue a vivir entonces con los abuelos a la casa de Argüelles y nosotros nos trasladamos a Carabanchel; aunque yo permanecí un año más al haber sido inscrito por recomendación de alguien en el colegio de frailes de Lasalle, donde escribía con tinta y palillero llenando de borrones los cuadernos y hacía cuentas a lápiz que luego repasaba mi tía, mientras me preguntaba los verbos y los ríos de España y lloraba todas la mañanas al ir a clase. Luego, en Carabanchel que estaba en las afueras, nuestro bloque era uno de los pocos construidos y no había mas que un colegio que tenía sólo una clase para todos los niños y niñas y un maestro, el Virgen de Guadalupe, que luego cambié por la de Sonsoles, cuando este abrió detrás de mi casa con dos clases, una para los más pequeños y otra para todos los demás y un matrimonio de maestros. Mamá me echaba el bocadillo del recreo por la ventana atado a una cuerda y, cuando llovía, se formaba una laguna donde chapoteábamos con botas katiuskas y cuando no hacíamos pistas de chapas, círculos de peonza, rayuelas para jugar a la lima o al tacón, nos subíamos a los árboles para cortar ramas con las que fabricarnos arcos y flechas, tiradores de chinas y luego nos peleábamos con los del barrio de al lado y nos citábamos de lejos con un grito a lo tarzán o nos íbamos de aventura por los campos de Usera, Caño Roto, Carabanchel Alto, Pan Bendito, hacíamos dreas contra los de esos sitios, y nos bañábamos en las lagunillas y riachuelos que aún quedaban allá por lo que luego sería el Parque Sur y Orcasitas, con una banda de amigos que capitaneaba El Tano.
Esos paisajes de mi infancia, y luego los de la juventud comprometida política y clandestinamente donde recorrí los tajos del barrio del Pilar y las fábricas de Villaverde de madrugada repartiendo panfletos, en las que me reunía, con toda clase de medidas de seguridad para evitar que los de la "social" nos siguieran, en pisos pequeños o infraviviendas atiborradas, para discutir interminablemente de estrategias y tácticas que nada tienen que ver con las que ahora tratan los partidos, porque lo que nosotros sentíamos es que la "revolución" estaba a las puertas y las huelgas generales contra la dictadura nos traerían un socialismo tan utópico como un iluso puede soñar. Luego fui a vivir a Pueblo Nuevo y seguí recorriendo interminablemente la ciudad, reuniendome, manifestándome, yendo a buscar a amigos o a conocer alrededores. He visto nacer barrios enteros de la nada, cambiar las calles y morir y nacer muchas veces y he retratado tanto esta ciudad, desde que me regalaron una Brownie-Fiesta Kodak, que aún conservo, luego una Yashica, una Pentax y la saga de la Nikon con las que me hice profesional, cuando decidí dejar el banco en los ochenta y marcharme a vivir a Londres una temporada, viajar y conocer mundo, para volver después a Cambio16, El Mundo, La Esfera, la Vanguardia y un montón de revistas en las que he editado y puesto miles de fotografías hasta llegar a este Madridiario digital de hoy.
Aquellos Madrides no se parecen nada a éste y, aunque las condiciones de vida era sin duda mucho peores, no soporto ver lo que estos mercachifles de la especulación y muchos políticos con aires de grandeza están haciendo con ella. Por eso, a la pregunta de si me gusta Madrid mi respuesta fue la que fue. Y sólo los parques o las vistas desde los áticos en los que puedo buscar referencias del pasado me consuelan del tiempo perdido. Por eso digo en mi otro blog que "Madrid no existe". Hay tantas y tantos puntos de vista para amarla u odiarla que no creo en ella ya que la siento y sé que siempre me será traidora, nunca alcanzaré a comprenderla y mis fotos sólo pueden aproximarse tenuemente a la magnitud que tiene.

2 comentarios:

Miquel dijo...

Hola

Supongo que ya lo ha visto, pero su blog aparece que un artículo de El País (sección Madrid, 3 de enero). Enhorabuena (el blog está muy bien).

saludos

EL METRONAUTA dijo...

Gracias, si lo había visto. Hoy han entrado muchos nuevos metronautas por Madrid.