jueves, abril 03, 2008

(El ángel exterminador)
Hace días hablábamos de los cambios en Cuba y recordé este relato que escribí hace más de una década sobre una noche de borrachera en Varadero. En aquella época tuve que retratar a Guillermo Cabrera Infante y se lo enseñé para que me dijera qué le parecía. No volví a hablar de él con mi envidiado autor, pero al menos el título le pareció ingenioso cuando lo vio. Tal vez fuera porque yo trataba de imitar un poquito su estilo y se notaba mucho (la cita del principio es desveladora).
Se me ha ocurrido que algunas personas pueden reírse un rato con mis ridículas peripecias trufadas de canciones cubanas que escuchaba mucho en esa época. Bueno, si no les gusta pues lo dicen y ya está, no me voy a enfadar por eso a estas alturas de la vida. Y, en el otro Blog (Linus) he empezado a pasar un ensayo donde se refleja mi perplejidad ante los cambios científicos y sociales de esta nueva era que vivimos.

COM'UN A CUBA" (Relato etílico de una noche sinfín) "


(Dedicado a mi hijo Hugo)


"¿La vida es un caos concéntrico? No se, yo solamente se que mi vida era un caos nocturno con un solo centro...y en el centro del centro un vaso con ron y agua o ron y hielo o ron y soda y allí estaba desde las doce..." (TTT,272.GCI) ... y en ello estaba precisamente pensando cuando me levanté dando tumbos para tumbar una nueva botella de Havana sobre la mesa casquivana. Cabaret burocrático para turistas apáticos, las chicas del Tropicana, en un show especial en la noche de Varadero, me iban dejando sin ganas de otra cosa que meterme pa’l coleto un trago más del son ronroneante.
"Salí de casa una noche aventurera, buscando ambiente de placer y de alegría, ¡aaay mi dios, cuaanto gocé!, en un sopor la noooche pasé, paseaba alegre nuestros lares luminosos iiy llegueeé al baacanal, en Catalina me encontré lo no pensado, la voz de aquel que pregonaba asiií: Eechalé salsita, eechalé salsita, ..." (canción)
En las mesas de agasajo, periodistas y agentes de viaje dispuestos a divertirse gratis loando a su convidador en los papeles del otro lado del mar y organizada por el Ministerio del Ramo de la Noche, se mueven los manteles y los vasos cada vez que trato de poner en orden mi cabeza. Creo que he tomado demasiado algo, mis parteneres abstemios me miran y recriminan silentes pero dolientes, pero no me ayudan a deshacernos de las botellas que van llegando una tras otra para cubrir el expediente X de una noche de juerga arreglada entre chaqués y pañuelos de seda. Y yo solo no doy abasto y me caigo en el pasto al quererme levantar. Dificultades, pienso, tengo graves dificultades para controlar mis facultades y no se si seré capaz de llegar sin preguntar a un capataz por el lugar del solaz, ese jardín donde podré hacer un pis por fin. Sé que digo tonterías, o al menos las pienso y me gustaría decirlas si no fuera por que mi lengua es un trapo y mi estómago de flato me impide eruptar coherencias. Tal vez me ayude un muñeco y hacerme el ventrículo un revés para evitar las palpitaciones, o tal vez me agarre a ese negro que está plantado en el centro antes de que mi vientre o mi otra parte inconsciente den con el palpitante suelo de un trastazo. Pero tengo que llegar al water y cerrar la puerta del autogiro mientras abro el agua del grifo y dejo salir un buen chorro propulsado por mí ahora inútil cohete. Las luces se apagan y se encienden al ritmo de una bruca maniguá que no comprendo pero me sale de dentro. Me cruzo con una mulata increíble y haciéndome el simpático la agarro por la cintura y me doy un par de vueltas volando, le quiero echar un poco de salsita pero me sale sosita y me lanza en un quiebro y voy a dar con un negro que me mira como si me fuera arrancar el cerebro. ¡Dios mío, le digo, perdone usté mi atrevimiento pero no sé lo que siento, el ron se me ha metido tan dentro que parece moverme el viento!. " Cuidaíto, compay gayo, cuidadito... que esa gracia, compay gayo, no me acaba de gustar" (canción). Me ríe la gracia con advertencia y me pone en manos de una pared que está en la dirección apropiada al desagüe de mi manguera. Consigo abrir el sifón en un agujero florido y al terminar de hacerlo, alguien me da las gracias por haberle regado las plantas: resultó ser un adorno del centro de la tierra; afortunadamente un juego muerto, es decir un arreglo floral con tallados restos de lo que una vez fue frondoso y vital. El trabajo de subir el zip es tan grande como zapear en esta isla con el mando de un televisionador omnipresente: enredado con los bordes de la guayabera oficial, las barbas se me meten por todas partes y sólo consigo esconder el pajarito, que aún no se atreve a cantar. Desisto de insistir en la aventura y le pido a una guapa periodista canadiense (o alemana o inglesa, no sé pero es rubia y alta y tiene cara de guiri) presente en el acto que me suba por favor la bragueta, pero ella entiende que pretendo otro tipo de aventura ¡qué impostura! y me mira con desprecio ante mi falta de tacto negándose en el acto. Pongo cara de consolación y abro las manos mirando hacia arriba como indicando que comprendo su actitud, pero solo consigo un insulto bajo que invierte el sentido de lo por ella interpretado, mandándome directamente a tomar un off muy claro y posadero. Por fin sube la cremallera y puedo deshacer lo andado. "La gente se vuelve loca oyendo sonar un tambor, pero en mi barrio yo tengo mi gran amor." (canción)
El camino de vuelta a la mesa de mis compadres aburridas es un tormento laberíntico que sólo consigo resolver con mucho ahínco. Para cuando llego, no queda nadie apostado en los asientos, pues todos se dedican a apostar por hacer buenas relaciones verbales con los colegas de los alrededores; y yo, con el verbo aterido por el caldo suave y transparente, observo que la botella ha vuelto a llenarse en mi ausencia; me digo "noble presencia" y le hago una ilustrada reverencia para engañar al tonto que hay dentro y poderla coger del cuello; así que la agarro con nostalgia y beso en la boca su sustancia, dejándome arrastrar por la pasión etílica, sin prisa pero sin pausa cíclica. Un rato después y en vista de que no veo a nadie, sin estar aún ciego del once, decido salirme por la tangente y me escabullo sin bulla de la absurda fiesta burocrática. En mi cabeza retumban las tumbas y una trompeta le canta a Marieta que dice con disimulo que pagará con tiempo y sin mucho apuro; "a mi me gusta que baile Marieta, todo el mundo conoce a esta prieta... ay dios... la yuca de Casimiro..." (canción); y yo que no miro donde voy, me cruzo a desconocidos pero saludo educado no vaya a ser que algún día me tengan que abrir la puerta del cielo, tan muertos como están, tan santos como son, vestidos con sus blancas guayaberas oficiales y esos bigotes finos que indican mucho mandar y mucho más obedecer para tener lo que hay que tener en la mesa y el cuartel. ¡Viva el Cuba libre!, grito al salir y algunos me matan con la mirada y otros se ríen por el artículo y me enseñan un vaso sin querer entender el fiasco. Vaga torpeza, salir de la pieza...
Una vez fuera me encuentro rodeado de chicos y chicas que quieren entrar para tomar algo gratis y como creo que voy sobrado de algo les regalo la mediada botella del chupe y otra más que sobresale del bolsillo lateral de mis sudores. Lo celebran y me invitan a su vez, pero como se me trastocan las chamullas y una palabra parece un chiste y una frase un laberinto, no consigo enhebrar el hilo de la Ariadna de turno y tropiezo con él a modo de despedida: ruedo por un yerbaplén como un tonel y ellos aplauden mi gracia, yo me siento filósofo del culo viendo a las estrellas convertirse en cometas, y a mis codos y espalda botar sin dar ejemplo de lista única sino más bien de contusiones varias. Al llegar al fondo me siento un poco cansado y opto por no alterar el curso de la naturaleza durante unos minutos poblados de giróscopos fantasmas.
" Tal coomo me está pasando, digo la verdad desnuda, me enamoré de una viuda y el muerto me está velando, de noche se pasa dando con las manos en el seto, donde quiera que me meto, yo siento detrás de miii una voz que dice así: lo ajeno se deja quieto... ¿De qué me vale acostarme si no me deja dormiir...? donde me acuesto se acuesta y da cuanto paso doy y donde quiera que voy ese muerto me molesta, muchas veces se recuesta de lado sobre concreto y ha jurado por completo a botarme de esa casa y noche y día se pasa 'lo ajeno se deja quieto, se deja ... se deja quieto, se deja... ". (canción)
Sombras oscuras que me levantan al creerme accidentado y me sientan junto a un estanque donde lavan mi nuca y mi frente como si yo estuviera ausente. Los veo pero no quiero mirar y dejo hablar mi vientre sin convencerlos de que soy ventrílocuo porque he perdido las muñecas en la ruleta de mantel verde y mi camisa es un poema abstracto: mi aspecto debe ser lamentable pero no lamento nada.
"Si te caes una vez, ten cuidado al caminar, no vayas a tropezar y te vuelvas a caer, que sí... aeiooouu... upha... vente... así..." (canción)
Cuando respondo con la voz engolada de un misterio descubierto, me suponen vivo y me dejan morir en paz; se van, comentando los males del alcohol, creo, mientras yo siento no tenerlo aquí para darme un poco de aliento. Luego, consigo ponerme en pie y me adentro en una selva tropical de corto alcance que resulta ser el seto de un hotel. ¡Varadero es mío!, me digo y, al escuchar música en el interior, me lanzo de cabeza a rompérmela contra alguna barra de bebidas abierta y en la que nadie me reconozca y se empeñe en llevarme a mi hotel o recrimine mi excesiva actitud dando la nota, como antes me pareció escuchar en la otra fiesta. Y eso que no traté de cantar, porque eso si que hubiera sido un cante...jondo.
Cruzo la pista de baile que es un infierno de luces hiréndome en las pupilas marcianas, colores de hielo atraviesan mi fuego y derriten los instantes, traduciendo las notas claves en sincopados pasos de baile, que al vibrar como supercuerdas mágicas se convierten en ritmo en las venas: mi cuerpo baila sin mí; la cabeza no es necesaria para hacerlo, así que se funde en el son hirviente y desaparece el pensamiento, sólo queda una máquina rumbosa que se mece en olas musicales. Los pies han alcanzado su clímax y recorren un camino impensable momentos antes; lo que fue torpeza es ahora ritmo, el trasteo se convirtió tarareo y hace flotar los codos en simple aleteo de cilíndricos husos para las muñecas recuperadas. Ya no se necesita el auxilio de palabras y el vientre duerme tranquilo a pesar del ciclónico paseo de las caderas. El infierno verde parece un paraíso rojo en que los angelitos negros vigilan a los demonios blancos que se arriman taimados a sus chicas con gesto concupiscente y morado. Mi cuerpo, sin embargo, no se dirige a parte alguna en su eterna rotación, aunque tropieza a veces con tallas oscuras de acaramelado humor y rebota como en un pimball de nácar, absorbiendo la húmeda presencia de un millón de aromas trascendentes mezclados en un frasco de inútiles trayectorias independientes. El roce de un tope mullido contra el mío provoca sensaciones chispeantes; cuando giro encuentro un sublime cuerpo de chocolate líquido enfundado en un estrecho tubo floreado, tan corto de talla arriba como abajo y por el que escapan desnudos unos miembros parecidos a electrones locos girando alrededor del núcleo duro de un átomo convertido en escultura barroca. Lleva el pelo planchado y rojizo tornasoleándose en violetas y dorados al hacerse transparente por los quiebros del danzón. De su serio rostro en trance místico con la música asoman unos dientes de anuncio y entre y sobre ellos la pulpa roja de una especie de sexo depilado e inmenso: boca de perdición, agujero rojo de la pista, traga instantáneamente mi alma y me otorga el placer de una sonrisa: estoy perdido, definitivamente me encuentro en manos de un destino indescifrable y soy feliz al saberme al fin entregado a la noche de por muerte: hoy puedo vivir sin pensar. He llegado a mi destino.
Alguien me dijo ayer: "estarás conmigo en el cielo" y yo no me lo quise creer, pero fue un acierto no haber esperado a que estuviera muerto. Esa mulata me mata, como un Madrid en bachata, pero no saldrá barata si quiero sacarle la bata. ¡Oh, Dios mío, cuanto alucino!. Leo en su boca otras palabras que otro dijo antes por mi: "ella saluda elegante y bella y toda de azul celeste de arriba abajo y vuelve a saludar y muestra los grandes medios senos redondos que son como las tapas de unas ollas maravillosas que cocinan el único alimento que hace a los hombres dioses, la ambrosía del sexo, y me alegro que esté saludando, sonriendo, moviendo su cuerpo increíble y echando atrás su hermosa cabeza y que no esté cantando porque es mejor, mucho mejor ver a Cuba que oírla y es mejor mucho mejor porque quien la ve la ama, pero quien la oye y la escucha y la conoce ya no puede amarla, nunca." (TTT, GCI) Yo, sólo sé que no sé nada, así que me lanzo a decirla "te amo, mi negra", y ella se ríe y me aparta de un empujón, pero su cuerpo distante me pone en trance y ya no hay quien detenga mi lance. Soy satélite de su planeta y orbito como un maldito a su derredor. Ella ríe y sigue su tembladera y, cuando por fin me toma del talle y aprieta su blanda apostura a toda mi galanura, la profecía se cumple: ha empezado a sonar un aire montuno y ella parece querer fundirse conmigo en uno. Ahora sé lo que es ser pétalo de rosa y ser acariciado por abejas y mariposas; me lleva la araña al centro de su artimaña y las caderas son magia de hormonas que asciende vibrante por cada paso al son del guaracho, la música de su perfume natural invade mis tentaciones, y en un quebrar de cintura yo aprieto mi saxo al sexo con el ritmo jamaiquino y siento un calor inmenso que me sube a la garganta y me atraganta. Empiezo a cantarle al oído sin poder decir ni pío, no mas que sorber la fragancia que toman de su cintura mis napias, avispada y de tul en el borde azul de aquel vestido florido, donde van creciendo perlas de dentro de la tostadera rozagante de sus senos hermosos, gotas de lluvia salada que se hacen ríos sabrosos y brumas que empapan mis deseos ardorosos y salpican de tentación azul el borde de mi resistencia. Apretado en un quebradero adelgazante de boleros me desahago del silencio otra vez y le hago la pregunta incontinente y absurda: "mi diosa nocturna, concédeme un deseo nada más y en esta noche sin igual, revélame el secreto maravilloso de tu plan, ¿de donde has salido y a donde me vas a llevar? ¿cuál es el nombre misterioso con que has de colmar este instante de gozo, tu código de acceso, la palabra que es llave del paraíso de tu voluntad?".
Ella sonríe y contesta "si quieres que te conteste, invítame a una copa cuando termine esta canción". Y yo, embaucado por su boca, me hundo en su aroma ancestral, cerrando los ojos antes de aceptar volverme otra vez mortal. Suena una guarachá Celeste y yo, que estoy en el cielo, le canto sin cuento la letra bermeja: "Ponme la mano Caridá, que yo me muero de un doló. ... Ponme la mano Caridá... Yo conozco en Jovellanos a la vieja Caridá, que cura a la Humanidá, con sólo poner la mano. ... Dejaté de tanto plante y dimé lo que has comido, que se nota que el vestido te quedá corto de alante. ... Te comiste aquel boniato por complacer a tu tía y ahora pasas todo el rato tomando bicarbonato. Ponme la mano Caridad, que yo me muero de un dolor". -La imploro de nuevo, poniendo ojos de cebo y voz de bolero. "Por caridá -repito- dime cuál es el nombre, mi amor... mi negra... mi canto bonito... mi cielo hermoso..." (canción)
Se mueve guapeando su ritmo sabroso y se ríe sincopada para pedirme una copa mientras yo siento muy dentro: "te quiero a ti na' mas, a ti na' mas te quiero pa'gosar, a ti na' mas, oye mami, te quiero pa' guapanchar,..." (canción). Pero no digo nada y me muevo a su alrededor.
Y ella responde "¿cómo supiste que me llamo así... Caridad?"
Y en ese punto comprendo que Changó me ha tendido una trampa y me entrego a su magia y la digo "vayamos... a tomar algo, mi bien", y ella me conduce al abrevadero que será quizá mi matadero, y yo miro su contoneo al ponerme a su tras, porque ella no deja de vibrar como cuerda de chelo en el rumbeo directo al puente de la barra, y tengo que seguir su estela veloz atrapado en la aspiración.
-Cari -me dice ahora, así es como me llaman, y pide una cocacola y yo suplico "Havana añejo sin hielo" al barman y me subo en un taburete para estar a la altura de observar las circunstancias complejas de mi fortuna en toda su hermosura. Bebemos y hablamos, volvemos a ir a la pista y bailamos y ella me canta al oído y yo le cuento mentiras sin tiento pero con mucho sentimiento, porque no se trata de llegar lejos sino de saber llegar. Pero, cómo canta la guaracha de Efraín Ríos: "con un traguito estoy bien, me veo en la barra sentado, orgulloso y realizado, miro al mundo con desdén, luego cambio y pienso en quien va a trago a trago sirviendo y de reojo voy viendo que se acerca una chiquita y como soy el que invita, yo invito y sigo bebiendo; ... con dos me pongo sabroso y la lengua se me desata, esa mujer me arrebata y empiezo a hacerme el chistoso, a mí me gusta el retozo, y la mano voy corriendo y como ella se está riendo no se opone a lo que hago, le mando a poner un trago, yo pago y sigo bebiendo; ... con tres ya estoy pegajoso y entre mis brazos la atrapo, pero a mi lado hay un sapo que me interrumpe envidioso; yo lo miro receloso, mas con calma, manteniendo mi postura, lo comprendo porque en el fondo el es noble, le mando a poner un doble y continuamos bebiendo; ... al cuarto ya no sé que hacer, la lengua se me ha trabado y en un infierno ha parado lo que iba a ser un placer, yo no pude comprender el final que estoy viviendo, que cómo me estoy cayendo el tipo se va con ella, se llevaron mi botella y los dos siguen bebiendo". ... Comprendo al instante que es el viejo truco de la barra "americana" pues veo un rato después a mi negra arrimarse a otro pasmaó que empieza como yo a boquear como un pescao, en cuanto ella le invita a moverse a menos de diez centímetros de su espléndida naturaleza. Y yo en la barra bien agarrao a mi trompa, "aguardiente pa' alla, pa' alla... borrachito... mira que mi negra me va a matar... Ahora si que no bebo mas..." (canción). El "sapo" es un ‘cachas’ que vigila a tres o cuatro chicas a la vez y se va quedando con el alma de los primos a fuerza de comisiones alcohólicas y de empujones a sus libidos entregadas al perfume umbroso de Caridad y sus hermanas, si es que se llama así la mulata. Me río de mi pueril inocencia y cuando el negro me mira en un "por si acaso", levanto mi copa de nuevo y me reconozco engañado pero nunca ofendido, y sólo lamento, eso sí pa’ mis adentros, que el chulo león se lleve lo magro y a la chica le queden los huesos roídos de los gacelas. Después de eso, recompongo en lo posible mi cuerpo y me marcho haciendo eses con intención de escapar a este infierno azul que es ahora la pista de baile. Por hoy, he decidido dejar la bebida. Pero una nueva chica se me acerca sinuosa como una helada serpiente-noche joyceana y yo me entrego un momento para escuchar su acento. Eso sí, voy sonriente al cobijo de su abrazo para echarme un bailecito restregao inesperado, en que hundo con ardor y su sorpresa, mi lengua en la húmeda y sabrosa grieta de sus labios, encargando en indicación postrera, que debe dárselo a "Cari" sin falta y de mi parte a la escondida por supuesto, no vaya a ser que el sapo feroz me crea un mosquito y me aplaste de un manotazo. Ella comprende lo ocurrido y se ríe también prometiendo un "no temas que se lo diré; es que nuestros "guardianes" no nos dejan intimar con extranjeros, sólo estamos aquí para animar y tomar copas, es un trabajo como otro cualquiera, ¿sabes?... Te voy a acompañar a tomar un taxi, porque estás un poco mareado ¿no?". Y yo le contesto que si que soy el mismo mar atormentado, aunque no hace falta porque llevo brújula para estos casos. Pero la chica, dejando un gesto en el aire dedicado a nosequién, que yo no debería haber captado, se empeña en ir hasta la salida y allí levanta un brazo para atraer a otro alguien que pretende conducirme hasta su coche. Esta vez si que me niego y me disculpo con firmeza. Prefiero sentarme un rato a tomarme un aire lleno de luceros en la noche cubana, y a ver si así despejo mi próximo futuro. Me miro al espejo lleno de curvas de un charco y percibo la enorme velocidad que ha tomado mi mente, o aquello que ahora ocupa su lugar alcoholizado, en cuyos bordes giran torbellinos formando precipicios que arrastran mis luces vertiginosamente, apagando todo sueño de realidad a mi alrededor: de un arriate florido sale un tigre muy triste mirándome vicioso, seguro que tratará de comerme, me digo, y me acuerdo de Lola de España y le rujo con saña bramando "pues bien, cómeme capullo... si te atreves... a ver si ese es el auténtico camino", y le ofrezco el cuello, pero el tigre pronto se transforma en gato asustado que huye al momento ante mi agresividad. Me lavo el rostro en el charco y me levanto y ando, en dirección a mi próxima resurrección. Camino durante un rato tratando de recordar el nombre de mi hotel, sueño imposible a estas alturas, y un camionero detiene su máquina y abre la puerta invitando a mi otro yo a subir a la cabina, lo que le cuesta un esfuerzo supremo al cuerpo mortal que hace una escalada por las ruedas y temblores de motores. Como no soy capaz de indicarle un destino y me voy quedando dormido, me lleva al lugar de la fiesta por si aún hay alguien allí que me conozca, aunque es seguro -le digo- que siendo factible el evento ninguno aceptará mi cuento y se harán pasar por locos de desatar. Yo, por mi parte, ni lo intento, traído de nuevo al origen de mi peregrinar etílico, miro a lo lejos y me siento como un dios tras crear el mundo y darse cuenta de la clase de gente que ha puesto en él: prefiero olvidar y entregarme a los brazos de la noche eterna desnuda y gozar del sopor inmenso y concupiscente de lo inesperado. Agarrado a una palmera esquiva, vomito los pensamientos y un líquido amargo como un desengaño amoroso. Y me pregunto ¿qué coño hago aquí? en todos los idiomas que se; lo cual es un corto entretenimiento que me enreda en la madeja de la inoperancia iterativa. Una chica delgadita y cubana se acerca a mis lares desguazados, y yo con estos pelos y la ropa como la cama de un loco. Me pregunta que si me encuentro mal con esa música al hablar que conmociona siempre mis entrañas, y le respondo que no pero que me gustaría estar mejor al conocerla; y ella se ríe y me ofrece su ayuda franca. Es una ayuda perfumada y con falda estrecha, lo que noto al agacharse para recogerme y verla ceñirse a sus muslos tostados; pone su brazo por detrás de mi cuerpo y me alza con prestancia. También lleva una blusa amarilla abotonada que se abre en el escote y me muestra sin querer un pequeño sujetador blanco conteniendo dos breves pirámides temblorosas. Su rostro es tierno y ovalado, con achinados ojos de esmalte negro y unos labios de pespunteado rojo sangre sobre la piel morena sonriente. Es leve su talle en la cintura que abarco para apoyarme, y sin embargo noto una fuerza tensa que me alza con firmeza y me ayuda a andar, meciendo al tiempo su fina estructura sobre unos negros zapatos de tacón estrecho; no me atrevo a echarle más de 18 años a un cuerpo tan bonito de mulata y diría incluso menos de su sincera y sonriente faz, "es una guayabita tierna", pienso, "lástima que a estas horas de la noche ya no esté yo para otra cosa que suspiros y no pueda proponerle amor, porque es un bomboncito lleno de ternura". Le pregunto su nombre y me responde "Caridad" y entonces sé que es un ángel del cielo, ya que no creo en casualidades. Me sienta en un poyete con cuidado, y se va a buscar un taxi sin que yo pueda ejercer resistencia alguna ante los designios providenciales. Regresa y me ayuda a subir, mete su mano en mi bolsillo y yo confundo el asunto pero me dejo diciéndome "puedes quedarte con lo que quieras, porque seguro que lo necesitas más que yo", pero estoy errado en verdad, porque ella saca una tarjeta y como pone un nombre de hotel se lo indica al conductor.
Me duermo en sus brazos, respirando aromas celestes de su cuerpo y un tacto sublime para sostener mi cabeza con la mano en su hombro. Escucho un bolero y no sé si es en el radio del auto o directamente en vena: "Qué bien me siento contigo, cuando me dices al oído cosas que me vienen bien; me cuentas penas pasadas que yo quisiera borrar, yo te cuento mis tristezas, tu me sabes consolar. Pero qué bien me siento contigo, a ti te pasa también; quizás buscamos olvido por sufrimientos de ayer, afinidad de dos almas, afinidad de dos seres, qué bien me siento contigo y hasta presiento que ya me quieres. Qué bien me siento contigo..." (canción)
De pronto, me despiertan. La chiquilla está ya fuera del coche y el taxista me insta a salir casi a tirones. Pero no es el hotel sino un puesto policial, una garita inconcebible a las puertas del cielo. Dos policías blancos exigen que me identifique y me introducen en volandas al cubículo. Allí está ella, sentada con el miedo en las rodillas donde junta sus manitas y la vergonzosa pesadumbre kafkiana pintándole las mejillas y los hombros; tiene un carné con foto entre sus manos. Los uniformados me preguntan a mí si la conozco bien, y yo digo que sí desesperado, que se llama Caridad y me lleva a acostar a mi hotel porque estoy tan borracho como una cuba y le he sido entregado por amigos; toda una verborrea inútil para dos ceporros de guardia con prejuicio, que me sale del alma en explicaciones vanas, ante lo que empiezo a entender como un abuso infame y cruel de autoridad. Ella tiene anclada al suelo su mirada y busca asustada amparo en mis palabras sin tratar de hablar a los secuaces; pero los valientes defensores de la moral socialista ya saben mucho de esto y me explican que los cubanos no están autorizados a pasar con los turistas si no son empleados del lugar, pues podrían robarles o, en el caso de las mujeres ejercer actividades licenciosas. Yo me muestro asombrado e indignado, y empiezo a lamentar mi borrachera al no ser capaz de lanzar mi verbo con fuerza suficiente para romper sus execrables justificaciones. "Yo -les digo- soy adulto desde hace rato y sé lo que me hago; no necesito guardianes. Además en este momento no puedo imaginarme haciendo lo que ustedes parecen pensar. Es ridículo. Es que no ven que estoy tan doblado que no podría empinar ni el mero pensamiento. Ella es amiga mía, -les digo- y pretende sólo ayudarme, quieren dejarla en paz. ¿porqué tienen su carné si no ha hecho nada? ¿qué se creen ustedes?. Además -añado, para destrozar sus machistas esquemas- Soy marica y ella lo sabe; no tienen nada que temer ¿vale?". Pero ellos dicen: -si, si... -y se ríen de mi audacia que en la isla de los machotes es aún peor que ser gusano-, ¿y si le falta algo cuando despierte por la mañana?... No se preocupe que enseguida la dejaremos marchar. Estamos acostumbrados a esto. Usted suba a su taxi y prosiga su camino que a ella no le va a pasar nada."-
Los muy imbéciles se siguen creyendo con razón porque desconocen el carácter celestial de la muchacha y Oyum no sé donde se ha metido que no les lanza al punto su brutal castigo: "¡Que se fuñan!". Así que, sin posible resistencia por mi parte, me llevan fuera y me introducen de nuevo en el negro catafalco, cierran la puerta a mis espaldas y el golpe me estalla en la cara inundándome de rabia. La veo, por última vez, como una pobre niñita castigada, sentada en un banco con la mirada gacha y mojada ante aquellos policías que van apuntando sus datos y preguntando cosas que ya no oigo. Pago en dólares lo que me pide el conductor y me dirijo al vestíbulo del hotel con un incendio desatado en las entrañas; pero en última instancia decido no subir y cruzo raudo el camino hasta la playa desierta entre las palmas y los tenderetes y en mi corta memoria un recuerdo fugaz: "vía libre que viene la original, ceda el paso que no se puede parar, el que lleva prisa por el centro o por la orilla modere velocidad que está la luz amarilla, ... por cumplir el reglamento la conciencia no se enoja, pare su carro chofér que está puesta la luz roja... via libre que viene la original, ceda el paso que no se puede parar... linda mujer antillana no me vayas a olvidar..." (canción), me desnudo y me dejo caer en la arena fresca y seca, donde tendido de espaldas clavo mi nuca en el suelo y miro al revés el mundo, soñando un mar rosado desbordarse desde el cielo y una plataforma de metal oscuro y ondulante, a cuyo fondo veo asomar con un toque violáceo de luz al horizonte, que está cansado ya de esperar a que amanezca otro espectáculo distinto en este trópico, para que la dulce gente cubana despierte sin resaca de este penar tortuoso que entre Miami y La Habana les está condenando a buscar cada día una esperanza para el estómago en los lugares de su imaginación y en los bordes de la dignidad. Después, poco a poco me duermo entre la brisa templada y un rumor de borbotones acunándome en líquida sonata cantada desde el mar: "Noo la llores, enterrador no la llores... luego en lugar de rezaar por su descanso un requieén, ruega que vaaya al infierno y que el diablo le haga bieen, y en el mármol de su tumba de eterna recordación, pondremos esta inscripción que es la copia de una ruummmba... no la llores más, ni la sientas más, que fue la gran bandolera, enterrador no la llores... que en el infierno está, no la llores mas, su lengua la mató a esa conversadora, enterrador no la llores... no la lloores mas..." (canción).

"Oye chico, ... que se fuñan, viejo... ¡que se fuñan!" (canción).

Juan Luis Jaén Urueña. (Abril-96).

No hay comentarios: