miércoles, noviembre 11, 2009








"La española cuando besa, es que besa de verdad y a ninguna le interesa besar por frivolidad" dice la canción. Y por eso comparar directamente el beso de Brezhnev (presidente soviético y secretario del PCUS) con su colega comunista de la RDA, Erich Honecker, que fue pintado en el muro de Berlín, con el que hoy mismo se ha dado la líder-esa con su íntimo enemigo Rodrigo Rato en la aventura de Caja Madrid (hoy en la Caixa incluso se han reído juntos el hombre de Esperanza y su oponente Rato) que también se ha retratado brindando delante del trampantojo de la Puerta de Brandeburgo. Y ahí está, ahí está el Muro de Berlín falso para imaginar de lejos lo que fue el auténtico.
Estuve en Berlín, cuando aún partía la capital y cuando había que ir rodeando el muro para poder entrar al Este por el Check Point Charlie. Me encontré a medio camino con un joven "ostie" picando con escoplo y martillo el solito de madrugada, con su Travan aparcado cerca, como si quisiera tumbarlo entero. Le pregunté que por qué a esas horas y en solitario estaba allí y me respondió que era del otro lado y desde el día que hoy celebramos como 20 aniversario iba cada amanecer hasta el ocaso de la jornada a echar abajo la parte que pudiera porque su padre había muerto al intentar cruzarlo y él le había prometido a su madre que si podía lo derribaría (no se si murió tiroteado o preso o simplemente no llegó a verlo, pero ni su inglés ni mi alemán daban para más...). Eso fue una lección para mí que me impresionó y, cuando al tener que salir esa tarde del Berlín Oriental no me dejaron hacerlo por aquella Puerta de columnas y con la cuádriga mirando al otro lado, ante la que se formaban colas de alemanes que nada más cruzar al oeste se compraban plátanos y naranjas. Probé a correr (sabiendo que nadie me dispararía ya aunque hubiese vopos aún) por una zona junto al río y llegué a un punto donde un agujero en el muro conectaba con el lado del Reischtag. Allí paseaban soldados americanos y turistas comprando recuerdos como medallas y pedacitos de hormigón pintado. Lo atravesé con cierta emoción detrás de un abuelo con su niño en brazos que lo hacía una y otra vez, quizás para que el nieto se quedará para siempre esa sensación y luego metí mi mano en el bolsillo para tantear los trozos que aquel muchacho de la mañana me había regalado. Fue increíble, puesto que el lado oriental era una sombra gris del otro, con casas y gente grises entre edificios tristes pero espléndidos, como la vieja catedral o la Universidad alineadas Unter den linden, esa avenida a la que Hitler había quitado sus tilos para desfilar con sus tanques y en la que un hombre me enseñaba unas polaroids de adolescentes provocativas invitandome a disfrutar de una barata prostitución naciente, donde como en otros países del Pacto de Varsovia el cambio de moneda por la occidental era una tarea diaria con sorprendentes resultados (a veces la mayoría de los billetes eran falsos y otras ganabas 8 o 10 por 1).
Y la foto de más arriba fue una composición que hice con aquella carrera, pero me gustaría mostraros las otras que duermen en mi archivo casero. Algún día lo haré e incluso contaré más cosas de ese viaje por el miserable lado gris de Europa, adonde fui en busca de explicación a mis dudas y del que volví asombrado de la Humanidad.

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